Martí Quintana
Barcelona, 14 nov (EFE).- Llevan casi cuatro horas en el taller, pero Estela, Saima y Victoria, alumnas del curso de costura de la asociación MuchaFibra para integrar socialmente a mujeres del Raval de Barcelona, no han perdido ni un ápice de ganas de aprender un nuevo oficio y estrechar lazos entre culturas.
Las participantes en este proyecto piloto son cinco nigerianas, provenientes del centro de acogida para mujeres en situación de precariedad Lloc de La Dona, y cuatro hermanas paquistaníes, todas ellas vecinas del barrio del Raval de Barcelona.
Apenas se entienden entre ellas, pero están haciendo de la costura y el textil un lenguaje común gracias a la profesora y creadora de este proyecto piloto, Virginie Verrier.
«El proyecto tiene una triple finalidad: enseñarles el idioma del oficio para que puedan encontrar trabajo, levantarles la autoestima y darles un lugar donde socializar», explica a Efe Verrier, que lanzó este proyecto, de tres meses de duración, en colaboración con el Ayuntamiento de Barcelona.
Paciencia y perseverancia, de la profesora y las alumnas, son las claves del éxito para estas mujeres marcadas por una vida difícil y por su condición de emigrantes, que llevan entre ocho años y nueve meses en la ciudad.
«Aquí he hecho amigas de distintos países, Nigeria, España y Francia, el país de mi profesora. Me gusta aprender de ropa y costura porque en Pakistán es una tradición», explica Saima, paquistaní de veinte años, entremezclando el castellano con algo de inglés.
Hoy toca dibujar patrones sobre papel, y luego elegir la tela para trasladar los diseños al tejido.
Las mujeres paquistaníes van más avanzadas, porque allí es típico el arte del hilo y el dedal, mientras que en los países africanos, como Nigeria, los vestidos se elaboran, en muchas ocasiones, anudando distintas telas.
Entre todas, sin embargo, se ayudan y se dan consejos: «Procuro que las chicas paquistaníes ayuden a las nigerianas, así se conocen y hablan de su país, de sus historias -explica la profesora- No sé si se considerarán amigas, pero sí buenas compañeras».
Distintos elementos hacen de cada clase un ejercicio de voluntad lleno de pequeños problemas e incidencias, como las máquinas de coser, que parecen cobrar vida propia y se les resisten.
Sin ir más lejos, desde que empezaron con esta nueva herramienta han roto dos máquinas de coser y tres agujas, un hecho superfluo, a juzgar por el interés de todas ellas en aprender este nuevo oficio.
«Antes cosía en mi país, pero aquí he aprendido mucho y quiero aprender más y más para después poder trabajar», reitera Victoria, nigeriana afincada en Barcelona tras vivir en distintas ciudades españolas.
Durante las clases, silencio y concentración, a pesar de las obligaciones de muchas de ellas, como el caso de Estela, que a sus ‘veintipocos’ ha tenido que abandonar la sesión de hoy para ir a buscar a su hijo enfermo en el colegio.
De momento, dos empresarias del textil ya se han mostrado interesadas en ese proyecto desarrollado por Muchafibra, asociación sin ánimo de lucro, y han prometido que, si demuestran sus habilidades, contratarán a dos de las chicas para elaborar bolsos con materiales reciclados.